sábado, abril 28, 2007
miércoles, abril 25, 2007
martes, abril 24, 2007
Horacio
Era raro ver a Horacio así, hace años que lo conozco y nunca lo había visto de una manera tan poco… como decirlo… de macho.
Lo conocí allá por el ’96, en el bar de Sánchez de Bustamante e Independencia. Era amigo de la primaria del “Carucha” Rodríguez y me acuerdo de que cuando lo vi por primera vez me dio bastante miedo; no se si era por esa postura de matón que quiere llevarse al mundo por delante o por la manera en que estaba fajando al petiso Quiroga por no haberle pagado una apuesta de $200. Yo necesitaba contratarlo para arreglar unos asuntos que ahora no vienen a tema y, según “Carucha”, él era el ideal para esas tareas.
El caso es que no solo terminó haciendo el dichoso trabajo, vaya uno a saber por qué terminé cayéndole bien al mono, y desde ese día terminamos siendo inseparables.
Horacio era un tipo rudo, matón de poca monta que alguna vez había trabajado para tipos de poder como José Scarpino, Marco DiVittino o el coreano de la fábrica de textiles de Avellaneda y Argerich. Un tipo con códigos fuertes, como esos personajes que solo quedan en las letras de algunos tangos viejos.
La única debilidad del “Mono” eran las mujeres. Era bien sabido que estaba loco por la hija de Gerard Chien, Marina. La chica era bailarina del Colón y, siendo la única mujer de entre 5 hermanos, era la “joya” del franchute. Hacía tres semanas que Horacio y la chica se veían en secreto, al menos eso es lo que me contó. Aparentemente todo iba bien, hasta que el viejo Chien se enteró de la tramoya e hizo lo que cualquier insensato hubiese hecho: fue a buscar a Horacio a su pensión con una 9 mm.
Yo lo entiendo al “Mono”, si a mí me hubiesen ido a buscar de esa manera yo también le habría tirado a quemarropa, pero él sabía que Marina no iba a perdonarlo y estoy seguro de que fue eso lo que terminó por darlo vuelta.
Cuando anoche me llamaron para ir a investigar un supuesto suicidio en una pensión en San Juan y Santiago del Estero estaba casi seguro de lo que iba a encontrar, o al menos eso esperaba.
No sé… Verlo colgado de ese ventilador con un tul rosa al cuello era una imagen demasiado fuerte para mí.
Lo conocí allá por el ’96, en el bar de Sánchez de Bustamante e Independencia. Era amigo de la primaria del “Carucha” Rodríguez y me acuerdo de que cuando lo vi por primera vez me dio bastante miedo; no se si era por esa postura de matón que quiere llevarse al mundo por delante o por la manera en que estaba fajando al petiso Quiroga por no haberle pagado una apuesta de $200. Yo necesitaba contratarlo para arreglar unos asuntos que ahora no vienen a tema y, según “Carucha”, él era el ideal para esas tareas.
El caso es que no solo terminó haciendo el dichoso trabajo, vaya uno a saber por qué terminé cayéndole bien al mono, y desde ese día terminamos siendo inseparables.
Horacio era un tipo rudo, matón de poca monta que alguna vez había trabajado para tipos de poder como José Scarpino, Marco DiVittino o el coreano de la fábrica de textiles de Avellaneda y Argerich. Un tipo con códigos fuertes, como esos personajes que solo quedan en las letras de algunos tangos viejos.
La única debilidad del “Mono” eran las mujeres. Era bien sabido que estaba loco por la hija de Gerard Chien, Marina. La chica era bailarina del Colón y, siendo la única mujer de entre 5 hermanos, era la “joya” del franchute. Hacía tres semanas que Horacio y la chica se veían en secreto, al menos eso es lo que me contó. Aparentemente todo iba bien, hasta que el viejo Chien se enteró de la tramoya e hizo lo que cualquier insensato hubiese hecho: fue a buscar a Horacio a su pensión con una 9 mm.
Yo lo entiendo al “Mono”, si a mí me hubiesen ido a buscar de esa manera yo también le habría tirado a quemarropa, pero él sabía que Marina no iba a perdonarlo y estoy seguro de que fue eso lo que terminó por darlo vuelta.
Cuando anoche me llamaron para ir a investigar un supuesto suicidio en una pensión en San Juan y Santiago del Estero estaba casi seguro de lo que iba a encontrar, o al menos eso esperaba.
No sé… Verlo colgado de ese ventilador con un tul rosa al cuello era una imagen demasiado fuerte para mí.
Etiquetas: cosas mías
Receta para el eterno retorno
Amague una vez.
Un tiempo después amague de nuevo.
La tercera déjela a su criterio, a fín de cuentas es la vencida.
Excusas, porques y a fines: a gusto
Un tiempo después amague de nuevo.
La tercera déjela a su criterio, a fín de cuentas es la vencida.
Excusas, porques y a fines: a gusto